Innovación en los objetos cotidianos
Me gusta pensar que la innovación se dirige a facilitarnos la vida, que parte del diseño, el cual a su vez se centra en el usuario.
Aunque parezca mentira, hay gente que cuando busca un cortauñas quiere que sea “el cortauñas”, ese tipo de usuario sensible y consciente de los beneficios del diseño y la innovación en un producto cotidiano puede que no sea el más frecuente pero hay algo que todos celebramos y eso ocurre cuando los objetos funcionan bien.
Especialmente con los objetos cotidianos no somos conscientes de la tecnología y el diseño que incorporan. ¿Alguien ha pensado en la gran utilidad de una pinza de la ropa, una cafetera o un cepillo de dientes? En ¿cómo serían las tareas que realizamos con estos objetos si los mismos no existieran?
Esta reflexión me ha llevado a examinar el diseño del cortauñas de marras. Este cortauñas de la marca japonesa KAI cuesta 10,70 euros, el resto de los que había en estos grandes almacenes estaban entre los 4 y 7 euros aproximadamente. Cuando ves el material, la ergonomía del mango y la funda de plástico que lo rodea, percibes que tiene algo diferente. La forma facilita el uso para aplicar la fuerza justa para cortar sin que el artilugio se te escurra de las manos, la lima, se encuentra en la misma base del cortauñas reduciendo las piezas, y esa funda de plástico que parecía para desechar resulta que recoge los restos de la operación. ¿Que no se puede innovar en un objeto cotidiano?
Otro de los objetos que lleva atormentándome día trás día, tres veces al día es el cepillo de dientes eléctrico. No puedo comprender como en un objeto así no se ha podido conseguir mejorar la higiene de los mil recovecos que tiene tanto cabezal como base (entre otras cosas).
El mismo día del cortauñas ví en un corner del anterior gran almacén unos folletos con un invento que para mí soluciona todos y cada uno de las molestias de cualquier cepillo eléctrico. Se trata de ISSA, de la marca sueca Foreo.
Este precioso objeto es un cepillo eléctrico también, pero bastante distinto. Conforme iba leyendo las aportaciones pensaba, ¿por qué nadie ha respondido a todas estas necesidades antes? Resulta que el cabezal (que no tiene orificios donde se cuele nada que pueda resultar poco higiénico con el uso) es flexible 3D, ¡que bien que no sea como cepillarse los dientes con un bolígrafo bic que vibra en tu boca! Está fabricado en silicona no porosa, fácil de limpiar, que previene la acumulación de bacterias. Tiene una autonomía de hasta 365 usos por cada recarga, ¡de viaje sin todo el equipo!, no necesita base de carga (un cacharro menos) y sólo requiere un cambio anual de cabezal. El precio ya es otro asunto pero desde luego el objeto ha respondido al usuario de una forma excepcional.
Me gusta pensar que la innovación se dirige a facilitarnos la vida, que parte del diseño, el cual a su vez se centra en el usuario. Aquel estudio del Sr. Donald Norman sobre la “Psicología de los Objetos Cotidianos” citaba varios desafíos que el diseño debe superar:
- La preferencia por la estética olvidándose de que el objeto tiene que ser utilizable y con el que se pueda convivir.
- Los diseñadores no son usuarios típicos, hay que asegurarse de trabajar comprendiendo que las creencias y las conductas humanas son complejas y que el usuario no esté quizá en condiciones de descubrir todos los factores intuibles.
- Los clientes del diseñador pueden no ser usuarios, es más, puede que le preocupen mucho los clientes inmediatos y no los usuarios finales. Es muy probable que los atributos que use el comprador final para decidir no sean ni de lejos los que cree el productor. En este entendimiento del usuario la aportación del diseñador por su metodología de trabajo y su práctica para ponerse en el papel del otro es fundamental.
Como efectivamente decía Donald A. Norman: el diseño debería asegurar que:
- El usuario pueda imaginar lo que ha de hacer.
- El usuario pueda saber lo que está pasando.
En la medida de lo posible (los objetos) deben funcionar sin instrucciones ni etiquetas. No debería ser necesario recibir instrucción ni formación más que una vez; con cada explicación, la persona debe poder decir “naturalmente”, “claro, ya entiendo”. Bastará con una explicación sencilla si el diseño es razonable, si todo tiene su lugar y su función y si los resultados de los actos son visibles. Si la explicación lleva a la persona a pensar o decir “¿cómo voy a recordar esto?”, el diseño es deficiente.
Mirad a vuestro alrededor: manivelas de puerta, cucharas, cafeteras, platos, aceiteras, lápices, bolígrafos, sillas, mesas … ¿estáis seguros de que no se puede intervenir en ellos para facilitar el uso y mejorar nuestra calidad de vida?